Delfos, el Oráculo de las Sirenas

                                                     
 
La memoria de la piedra se abre y surgen de ella la historia de los seres del mundo azul que vivieron aquí. Tras el hundimiento de la Atlántida, las Casas de la antigua Triada se separó.
 
Estas tres casas o linajes eran más antiguos aun que Atlántida. Uno de ellos fue el Linaje que vivió en el mediterráneo y otros mares cercanos. Sus sirenas lucían tonos azulados, no tan blancas como sus parientes del norte, y bastante sociales entre ellas y otros seres con los que cohabitaban el mundo azul.
 
Cuentan las piedras que siendo este un lugar elegido por muchos Dioses para la meditación y el oráculo ya que el monte contenía la energía del Viejo Python, un dragón marino del tiempo antiguo que contemplaba como hacían muchos de ellos, las potencialidades de las circunstancias venideras. Recuerdan que en el pueblo antiguo algunos hombres construyeron un gran atrio, que daba a un pequeño, pero solemne altar de piedra marina. Muy pocos eran los que podían leer el oráculo puesto que su lenguaje a menudo discurría por el sinuoso tiempo del mundo onírico y su recuerdo a menudo era sutil y leve como el pulso débil de un anciano.
 
Muchas lunas y soles pasaron y como a menudo sucede, la avaricia y el deseo de conquista del hombre de corazón cerrado, llevaron a la destrucción del altar. La piedra, no obstante, no se destruyó, sino que cayó por una fisura del monte y ahora es el corazón cristalino del monte de Parnaso.
 
 
Pero como la huella del poder y la fuerza no decae ni mengua, llego el día que la energía se sintió de nuevo fuerte. 
En aquellos tiempos los humanos eran ciertamente combatientes, temerosos de la magia e incautos en sus acciones. Solo algunos recordaban las antiguas costumbres del Gran Python y llevaban sus ofrendas y seguían su culto.
 
Aquellos hombres conocían bien las sirenas de aquellos mares, pues en las antiguas tradiciones eran muchas las historias que hablaban de mares y sus seres mágicos. Siempre hubo cordialidad y respeto entre los dos pueblos. Pero llegado el poder y otros mandatos, el deseo irrefrenable de conocer el futuro, de leer aquello que acontecería y sabiendo del poder oracular de algunas sirenas, un grupo de codiciosos humanos, fueron en busca y captura de algunas de ellas.
 
                                         
Las sirenas de ese mar, inocentes en su corazón no vieron el engaño y raptaron a varias de ellas. Fue un tiempo de engaños y batallas, de tretas y mentiras, y el pueblo de las sirenas retrocedió de las costas por el miedo al rapto de sus oráculos. Así cuenta una memoria que esta humana carga consigo:
 
“Recuerdo el olor de los vapores, sulfuroso y ácido en mi nariz. A veces pica por dentro hasta
mi paladar y el olor es desconocido para mí, puesto que en el mar esas sustancias de los
montes que brotan no huelen así. En el mar los olores no viajan por el aire sino por el agua y
todo está más intensificado, pero nada asalta a los sentidos, sino que los envuelve y acuna.
Hay una gran piscina de roca en a profundidad del templo. Hay estamos varias, más jóvenes y
mayores, aunque todas estamos en edades tempranas de desarrollo. El agua se filtra del mar,
hay una gran reja imposible de mover, lleva mucho tiempo anclada con algún sello mágico que
si te acercas te hace daño en las escamas. Como un tirón hacia fuera, un estallido pequeño
pero profundo, cortes que no se abren en la piel, pero duelen. Así que nadie se acerca, nadie la
toca. Sabemos que nuestros captores son humanos y que estamos allí por nuestro don de ver
las potencialidades que el mundo ofrece. Sabemos que es casi imposible que podamos salir de
allí con vida, pero el cautiverio es nuestra apatía, y esa melancolía nuestra sentencia de
muerte. 
 
Los recuerdos vibran en mi interior, las mareas, las corrientes enérgicas que nos llevan
de un lado a otro, nuestros amigos delfines y ballenas, las amables tortugas y los bosques,
recuerdo tanto los bosques profundos. Llevo ya bastante tiempo aquí, y las más antiguas nos
aleccionan como hacer antes de sumirse en su último soplo. El tiempo aquí es lento, hasta
para morir. Mi piel ha perdido el tono azulado vivo de mi pueblo y alguna de mis marcas se
están diluyendo, pues somos sirenas que amamos la luz del agua, y los soles que conocemos
nos dan vida y crecimiento. Como os pasa en el mundo de la superficie.
 
Ya he estado en el templo, ya he profetizado en más de una ocasión y esos vapores me dejan
extasiada y tienen que recogerme y traerme aquí abajo puesto que pierdo mi conciencia. Pero
los vapores son necesarios, nadie debe jamás vernos, saber que somos, así que nos encierran
en unos tanques cristalinos, con grandes mamparas y tras ellas las grietas del vapor. Así los
consultantes no pueden vernos, solo se adivina la silueta de nuestros rostros y parte del torso.
Dicen que un consultante una vez, tiro la mampara puesto que la sirena hizo algo que nos
tienen completamente prohibido, cantar. Ese hombre murió en ese mismo instante ya que
varios guardias nos vigilan de cerca, armados y dispuestos a proteger su inversión a toda costa.
No estamos solas en el templo, sino que un sacerdote oracular nos guía y apremia en toda la
lectura. Los sacerdotes no saben que no necesitamos de la inhalación de los vapores para
entrar en trance, ya que nosotras estamos conectadas a la Piedra del Mar, bajo nuestros
cuerpos y de ella extraemos la energía para abrir los caminos que aun no se han andado. Los
vemos abiertos como un abanico de muchos radios, tantos como pasión y anhelo tenga el
consultante. Pero siempre hay uno que impera en ese momento, al que el consultante da
fuerza y alimenta, ese es el que quieren conocer, el que quieren diseccionar y entender antes
siquiera de vivirlo en sus mentes.
 
La lectura del oráculo tarda dos lunas, alrededor de dos días como se dice en la superficie. El
consultante antes de vernos es atendido por los sacerdotes que escuchan su consulta y toman
la decisión de si hacerlo o no, y el pago por la lectura. Sé que a menudo se intercambian
objetos que brillan, pesados, a veces son pequeños como almejas otras alargados y
resplandecientes. Una vez dado el permiso para acceder justo antes de que la luna alcance su
altura en el cielo, los vemos y escuchamos su anhelo, lo que quieren saber, sus preguntas.
Durante esa luna nos mecemos en la piscina que nos da la luna en todo su esplendor, así
vemos, olemos, sentimos lo que esta por acontecer. Una vez visto, le contamos al sacerdote en
primer lugar, ellos siempre lo conocen todo antes de decirles a los visitantes. Y tras esto, muy a
menudo ellos mismos son los que se lo transmiten a los consultantes. Solo algunas figuras
importantes desean oír nuestras voces y mensajes y el valor de hacerlo es alto. Tras esto,
después de tantas horas rodeadas de esos vapores y débiles por estar lejos de nuestras
hermanas, a menudo algunas perdemos la conciencia y nos transportan de nuevo a la piscina
de roca en el solitario y oscuro fondo del templo. A veces no caemos en el sopor, pero
igualmente el acceso a “los caminos que aún no se han revelado” nos cansa y agota.
 
                                     
 
Así de nuevo en la piscina de roca, en lo profundo del templo, volvemos a estar juntas. Pocos
saben que los oráculos de este monte somos sirenas. En su inicio los hombres respetaban a
Python el Grande, él les regalo la Piedra del Mar, para que consultaran las estrellas, los
designios y para que las aguas estuviesen puras y cristalinas. Pero la avaricia del hombre tras el
largo sueño de los Dragones nos trajo la ruina. Nosotras somos azules pues pertenecemos a
esos linajes como Python, descendemos del mismo cúmulo azul de los Grandes Pilares, por eso
esa piedra nos da poder y fuerza. Somos las Pythias, Pero hemos sido esclavizadas por la
avaricia y el desdén de la humanidad. Aun así, nuestro pueblo no pierde la esperanza y yo he
visto en mi camino aun no revelado que el tiempo de este templo esta por cumplirse. La
montaña esta disgustada, sus raíces se mueven y su corazón candente expresa una canción de
furia e ímpetu. Ese será nuestro final, y también el del oráculo. Pero así ninguna sirena será
jamás apresada para servir al ciego y sordo humano. Hay voces que dicen que hay otro templo
cerca, pero hay nuestras hermanas no profetizan, observan los astros y se comunican con los
seres de las estrellas. No he escuchado mucho, temo asomarme demasiado tras la reja, no por
el picor de su energía sino por la tristeza que inunda mi pecho al sentir a mi amado mar allá,
alejado, inalcanzable para mí.
 
Delfos caerá cuando el corazón de la montaña que no es otro que el del dragón, dé un pulso de
fiereza y colera y derrumbe en el amado mundo azul, las piedras y su memoria. Dando así fin al
desagravio realizado al pueblo amable de las sirenas azules.
 
Poco a poco vuelvo a sentir mis piernas y respiro profundamente, vuelve a habitarme la conciencia de la humana, y siento toda esta memoria, que siempre fue para mí un amor/odio hacia Delfos, la cultura griega y su mitología y sobre el miedo a mostrar mis dones y que ello fuese mi cautiverio. Soy consciente del aire en mis pulmones y del recuerdo de las sirenas, recuerdo el mundo azul, la vida en el agua, reconozco mi vinculo marino con sus criaturas y pueblos, se quién soy, lo recuerdo. Como una vez hace años escribí: soy la lágrima de una sirena vestida de animal.
 
Para todos los seres de mar, los que fueron y ya no son, los que siguen y los que están por ser,
 
Asia Moana
Imágenes de Delfos de Alban Heruin , Ilustración por BlueLarch y foto propia.
 
                                                                       

 

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