La leyenda de Ahiyoka

 
 

Hace mucho, mucho tiempo, cuando  todavía habitábamos las verdes praderas, y las personas aún no se habían enemistado con la Naturaleza, tuvo lugar el siguiente suceso.

Había una mujer llamada Ahiyoka “aquella que trae la felicidad”, que se encargaba de múltiples tareas, como hacían todas las mujeres de su tribu. Cuidaba que su familia estuviera bien, sus hijos, su marido. Controlaba la cosecha, se encargaba de las ceremonias y siempre estaba dispuesta ayudar a alguna persona enferma de la tribu.

Ahiyoka era fuerte pero las demandas eran demasiado para ella, así que una noche se escapó al bosque y se puso a llorar desconsoladamente.

 

Fue tan desesperado y agudo su llanto que la Abuela Océano, que se encontraba a kilómetros de allí la escucho, y enternecida le preguntó:

-¿Que sucede niña hermosa, porque  lloras?

Enjugándose las lágrimas con la blusa, la joven respondió: -“Amo mucho  mi familia, más que nada en el mundo. Pero las tareas y y responsabilidades que se me presentan son tan desafiantes que ya no puedo más, no sé qué hacer.

Al notar que la Abuela Océano se quedaba callada, la joven continuo,  -“Todas las mujeres de la tribu, sentimos lo mismo. Necesitamos ayuda”.

La abuela océano reconociéndose mujer y sintiéndose conmovida por esa fortaleza y esa modestia, le respondió:

-“Vengan a mí. Yo lavare su dolor.”

Pero la joven mujer, ya recompuesta del llanto, recordó que su tribu se encontrababa  mucha distancia del mar… ¿cómo haremos, Abuelita, para llegar hasta tus aguas sanadoras?

Entonces la Abuela Océano vio que entre las ramas de los árboles asomaba su hermana, la Abuela Luna; grande, redonda y brillante como la vemos cuando está llena.

 

 

-¡Hermanita Luna!-exclamó la Abuela Océano- ¿Cómo podrías ayudar a las mujeres en esta situación?

Entonces la Abuela Luna, con voz clara y contundente anunció:

“Yo soy el poder de lo femenino. Haré llegar a cada mujer, a cada una de mis hermanas, tus aguas sanadoras. Una vez por cada uno de mis ciclos ellas tendrán la oportunidad de lavar su dolor y nutrirse con mi poder. Que así sea.”

Y así fue como la mujer recibimos el ciclo menstrual. Y con él la oportunidad de purificarnos y reconectarnos con lo sagrado.

 

Fuente Flavia Carrión.
 
 

 

 
 
 
 
 
 

 

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